Jordi Lahispaniola


Asistente de artistas... ahorita mismo descansando


El ojo de Trueba


La intimidad es también, en la vida del artista, un gran tema y un asunto solemne. Ayer me encontré a Trueba en el barrio de Ventas, iba camino de Arturo Soria, llevaba una Guía del Ocio bajo el brazo. Nos miramos de lejos y me sostuvo la mirada como le sostienen los amos a sus perros, pude verle muy de cerca. El ojo de Trueba no es de Trueba sino de Buñuel, de Kubrick o de Jean Paul Sartre –que no era cineasta– como lo fue John Ford o Buster Keaton, pero sí que habitan el ojo de Trueba.
 

A Trueba el ojo se le va a la derecha, pero todos vemos que se pierde por la izquierda, donde la luz emite sus ondas gamma ultravioletas, más allá de las lunas de Orión o las puertas de Candeal o los túneles del tren de Sóller, una frecuencia visual que se emite mientras los cuerpos celestes aguanten la llegada de la tercera República.
 
Trueba no se quedó bizco de un soplido, ni por compartir lentillas. Trueba se quedó bizco de mirar las estrellas, en un país color ocre años cincuenta o años sesenta, donde se vivía mejor con los ojos cerrados, y sin hablar mucho de ciertos temas y de otros menos o nada, que para hacer cuatro duros es mejor callarse, y para llenar las salas es mejor mirar para otro lado, y da igual si los duros son euros o dólares.
 

Paterson


Paterson es un conductor de autobús, además de un pueblo de New Jersey y también un poeta. Escribe casi a diario en un cuaderno casi secreto, donde leen un poco su mujer, ciertos viajeros de autobús, su perro, su barman, una jovencita poeta… y un amabilísimo ciudadano japonés, que se parece un tanto a nosotros mismos, y viste de negro y regala cuadernos en blanco, para que Paterson los escriba.


«Nada es original. Roba de cualquier lado que resuene con inspiración o que impulse tu imaginación. Devora películas viejas, películas nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones aleatorias, arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, masas de agua, luces y sombras. Selecciona sólo cosas para robar que hablen directamente a tu alma. Si haces esto, tu trabajo (y robo) será auténtico. La autenticidad es incalculable; la originalidad es inexistente. Y no te molestes en ocultar tu robo, celébralo si tienes ganas. En cualquier caso, siempre recuerda lo que dijo Jean-Luc Godard: “No es de donde sacas las cosas, es en donde las pones.”»
—Jim Jarmusch,
The Golden Rules of Filming




Roma y Marforio

Ciertas veces en las plazas de Roma la luz traspasa los cuerpos, ocurre en La Piazza Montecitorio, en La Piazza Campidoglio o en la La Piazza di Spagna. La mirada del viajero, extranjero o italiano, se eleva por su arquitectura, las piedras filtran la luz, la ciudad se transforma y nos deja a un peldaño del sueño.


Roma se sueña, todos los sueños conducen a Roma. Adriano, Michelangelo o Bernini lo sabían. La capital de la civilización se sueña a sí misma y en ella soñamos todos. Roma es una puerta a las estrellas de la belleza. Los arquitectos lo saben/sabían, desde Roma podemos elevarnos a cualquier parte. Tan sólo basta con mirar por el ojo de la cerradura.




a qué olía madrid en dos mil dieciséis


a perfume con base de incienso a tierra en los patines a hoja en blanco que ciertas veces tiene un gusto a límite y otras a charca o hierva nutricional ahora que madrid ha dejado de escupir tabaco y sabe más a lencería y a jean negro de arquitecta sentado al estudio con ese aire a diseño y obra que tiene el segundo año profesional y a mí la hoja en blanco me repite poesía qué pringao y qué pérdida de tiempo qué flor de ocio qué vacaciones traslandando papeles y escritorios bajo las ventanas en un madrid muy profundo y muy adentro que pierde su olor a calle y polvo y sabe más a frutos rojos y a mandarinas las mismas que tú preparas al desayuno y nos ayudan tanto a enfocar la mañana a construir lo bueno y a vitaminar el amor