La inteligencia consiste en salir por un
agujerito en el momento que no hay salida, como la mosca encerrada en el tarro
de cristal de Wittgenstein. Pero
mi oficio o mi tarro de cristal son distintos: mi corazón sale disparado por la
boca de un cañón y cada noche se sucede el espectáculo. Soy el fantástico
hombre corazón bala. La inteligencia, en esta situación, podría ser más bien lo
contrario: dejar de huir del tarro de cristal.
Puedo
resumir la historia de mi vida en quinientas una detonaciones y, aún, me
sobrarían quinientas noches de explosiones y saltos al vacío. La última traca del
corazón siempre vuela más alto, da más luz y es la más bella de todas.
No
está bien que yo diga aquí el profundo dolor y la auténtica desesperación que
cada noche sufro. Eso queda para el espectáculo, para las lágrimas de la
princesa azul y para el aplauso del público. Pero si diré que tengo la
sensación de ir descalzo sobre las ascuas de un bosque incendiado, por eso
corro mucho y vuelo alto, quiero verlo todo desde arriba, romperme en mil
pedazos y brillar con una luz roja y azul.