Jordi Lahispaniola


Asistente de artistas... ahorita mismo descansando


Boxeador, periodista o novelista

                Francisquito es una puta esquinera de las letras: colabora con el diario más carca de Mallorca, escribe para cualquier editorial que le publique y pelotea a cualquier enterado de revista regional, elevándolo a la altura platónica del intelecto.

                Nunca ha tenido sensibilidad culinaria alguna: mezcla con indiferencia una gaseosa con buen vino, las pastas del té con queso, el chorizo con un whisky de quince años, el vaso de tubo alto para el gintónic.  
      
                En septiembre me lo encontré por las Ramblas Duques de Palma, venía con su novia Mercedes, que tenía un padre que fue boxeador, campeón de algo, me enseñaron una fotografía cerrando la guardia, era una desvaída imagen, luego me dieron una tarjeta donde decía que Mercedes era agente comercial, vendedora de paquetes vacacionales para la tercera edad germana. Francisquito hizo una especie de amago de lanzarme un gancho o un crochet de izquierda cuando hablaban de boxeo, pero terminó diciendo a Mercedes que yo era un tipo muy enrollado, estupendo, divertido y enérgico, pero que la gente se confundía y pensaba que era gilipollas. Me sorprendió despistado el golpe bajo.

Elías de café

      

        hoy hace calor de verdad, me siento en la terraza del café arriaga a ver pasar piernas, el arenal bilbaíno ha ganado en luz, color y foto depilación

             apenas presto atención a la lectura de poeta en nueva york, la ría es una corriente de faldas mínimas, shorts y vestidos cortos

           ¿por qué me gusta tanto el andar femenino, esa línea de ave esbelta o ligera, ese movimiento de culo y caderas, la manera de alejarse moviéndose toda sí en danza, como un dibujo al vuelo, en una secuencia corrida de anatomía femenina?

           quiero meter mano, como gustaba lorca, entre los muslos

Ridículos de amor

  
       






         en el amor no hay clases
      disfruta tanto

      el que está arriba
      como el que está abajo

Poetas ciegos


  

                                          La esposa de Homero, Luxoris  –luz en la mirada–, guiaba al poeta en sus viajes, le encontraba alojamiento, le organizaba las comidas o le servía el vino, como a él bien le gustaba, libadito sobre cráteras de obsidiana.

 Reunía y leía los textos que él iba buscando por todas las ciudades viejas  –Tebas, Corinto, Cnosos–  y lo mejor, además, le escribió la Ilíada y la Odisea.

Ociosos coruñeses II

               Melki empezó haciendo fotos con su Kodak 35. Al principio fotografiaba a su novia, que tenía catorce abriles y estudiaba cerámica en la escuela de artes y oficios. Luego se centró en otros monumentos: la Carmen de la Lonja, Katy la pelirroja de los muelles, y una señora viuda, nieta de un Virrey venezolano, que tenía una casa indiana en la Avenida de la Habana mirando Riazor. Con veinte años tenía fotos para empapelar dos buques. No le dejaron exponer ni una sola en toda A Coruña.
                A Santo Domingo no se fue a cambiar de vida sino a cambiar de modelos: mujeres dominicanas adolescentes morenas folladas contra el malecón por marines americanos; una haitiana voodunsí, belicosa y venenosa, que levantaba en orgía a cuarenta mandingas; o las guajiras del Batey Caramelo, que destilaban un ron dulce que se esparcían por el cuerpo.
              

Ociosos compostelanos II

              Claudio deseaba ganarse la vida produciendo ediciones artísticas y teatrales en Santiago, Buenos Aires o Roma, pero aquello estaba en el aire. Un aire libertario muy mal sano. Las ilustraciones son colorín, pingajo y hambre. Ahora vive en el lumpen artístico de la CNT, en los soportales del Obradoiro, en el camino estrellado del santo compostelano.
              — No hay otra buena conciencia que el dinero, ¡el mucho dinero! Yo tengo poco dinero y por eso no disfruto de una conciencia tranquila, ¿quiere comprar una acuarela del Botafumeiro modernista, caballero?
             — ¿Es usted artista?
   — Tengo una profesión sin jefe.
          — El turboconsumo nos satura. Yo con mi celular he sacado el pebetero santo, casi tan feo como el suyo, pero como tengo montañas de euros dormiré tranquilo.

Ridículos universales





    









Luego está el universo
de palabras,
como la palabra canela.

Ridículos de cine

              Entre cine y poesía existen ciertas diferencias obvias. Por ejemplo, en poesía no hay final feliz, todo termina muriendo con cierta inquietud o desasosiego;  y la luz blanca o negra en poesía no se parece, en nada, a la luz de la pantalla.

Ociosos coruñeses III

               Rubén, el poeta, considerado desde niño un desequilibrado mental  —a los seis años escribe, se pregunta, lo que significa existir y lo que la vida puede representar—, ensaya experiencias peligrosas, recurre a las drogas, lo que unido a las propias crisis nerviosas determina que su familia le interne en un centro psiquiátrico entre 1998 y 2006, año que sus amigos consiguen que recupere la libertad.
                El estudiante cruza la ría, llega a Santa Cruz de Oleiros y entra en la casa del poeta. Todo el ambiente es sucio. Hay licores de todas clases, humo, pelo de gato, un piano sin patas y grandes pilares de libros. El estudiante, extasiado frente al desorden de las letras, pregunta:
                — ¿Hace uno la poesía que ha vivido, visto, admirado, plagiado y asimilado?
                — En puridad, no ha querido uno casi nada, sino soltar la cabra y verla correr y ramonear por la selva con su cabeza de divinidad griega y corrompida, pero hermosísima. Así he preferido yo mi poesía: cabra loca.
                — ¿Y el sexo, como ha influido en su obra?
  

Ciudad Vieja

         tengo entorno a mí una plaza antigua, una ninfa sobre una fuente de piedra y docenas de fresnos gentiles
          ¿es esto la ciudad vieja? ciertamente no; estas son las piedras y los árboles que veo
          la ciudad verdadera se compone de plantas y rincones que no veo, es una realidad invisible  –por eso en todas las naciones conserva un halo de misterio
        nada hay tan ilícito como suprimir imaginariamente las piedras

Ediciones y publicaciones




La Madame

         

Poetas sin nariz

                     El poeta Nikolái Gógol tenía una nariz realmente afilada, era de tal longitud y movilidad que había sido capaz, como un contorsionista facial, de juntar, en un contacto bizarro y cachondo, la punta de la misma con su labio inferior.
                La nariz fue el gran leitmotiv de su obra. Su prosa poética está repleta de olores, estornudos y resoplos. A la luna llamaba “la gran nariz” y a sus habitantes “narizotas”. Su gran poema publicado fue “La nariz”, que era un himno satírico al gran miembro. Sus héroes o diablos se lanzan a orgías donde las narices duras son falos y las narices tiernas son vaginas. Sus narices pintan, hacen música y escriben poemas, son órganos soñadores con forma de flauta doble, pincel o brocha, narices que se enamoran o desengañan entre aspiraciones y ronquidos. Otras están malheridas y melancólicas, sus orgías de cocaína y alcohol son más crueles que tiernas, su forma es, más bien, de cola de cerdo o de pata de gallo, y sus letras soportan un poeta resfriado o intoxicado.
   

Beldad Deyà

cuando ella lentamente llegó
un manto abrió de delicadas luces
una encarnada luna desprendió su senda
infinita rondar por siempre pareció
junto a mí ella

y a mi pesar
cuando creí soñar su sonrisa esquiva
una cítara quebró la noche
desleyó su ser en un recuerdo
emprequeñecieron las luces
de un manto oscuro y lejano
ya no cambia la luna de color
y a   n o  c a m b i a   l a  l u n a   d e  c o l o r     

Ociosos coruñeses I

                  Los aeropuertos, a diario, están llenos de ejecutivos, preferentemente del marketing o las ventas, chocolatinas delicatesen bien ordenadas y lindas azafatas. Octavio llevaba sus cuadros de mudanza. El artista contemporáneo llora con las lágrimas de uno de sus personajes en óleo, por eso lleva gafas de sol dentro del avión, el tamaño de su ternura es tan excesiva como su melena y no cesa de afligir a la sobrecargo.
                — ¿Me parece que soy de la quinta que vio el Mundial ochenta y dos, me tocó crecer inflado en la alegría del naranja, aquí todo es color tanatorio, me podría servir un vodka con zumito?
                — No se preocupe querido, yo soy de Betanzos y tuve mi primer ascenso con el doce uno a Malta, y lo mejor para combatir su mareo es un vasito de agua, que ahora mismito le traigo.   

Ridículos remordidos

                    llegar a las manos con las sombras, insultar a las fotografías, ir más lejos de lo ridículo persiguiendo fantasmas
                vuelvo a preguntarme las viejas preguntas: ¿en qué me he excedido, qué he hecho, qué me falta por hacer?

Poetas mancos

                   Hay poetas para quienes la poesía es una fuente griega y una espada hidalga, un instrumento para renacer o vivir el sueño, para salvar el honor o viajar al Parnaso, para escribir de memoria o perder la mano.
                La poesía tunante y embaucadora de dos estudiantes toledanos era distinta. Estos vagabundos del siglo dieciséis, falsos soldados de guerra, engañaban de pueblo en pueblo cantando la ridícula historia de sus campañas militares al lado de un poeta manco, de barba rubia y ojos claros, un poeta soldado que perdió la mano y el nombre, que viajó para limpiarse el honor hasta las aguas de Castalia y fue cautivo en los baños de Argel. Para estos estudiantes, la poesía era un cantar de monedas de plata y cobre atrapadas con pandereta.
  

Ridículum Vitae

         Lo primero que encuentra un ridículo en la ciudad son los muelles de Bilbao La Vieja. Me paré en los bajos de Martzana, frente al antiguo mercado de La Ribera, a tomar un vino de poeta mientras sacaba mis papeles, encendía un cigarrillo y veía a los peces saltar en la ría. Yo estaba componiendo un poema erótico con estructura teatral. Cuando lo leí lo tiré directamente a la ría. Era lo único teatral que había escrito en vida. Los peces me lo agradecieron mucho.
        
         Zuriñe puso cortinas de limón y granadina para que la vecina de enfrente no viera que estoy terriblemente sólo, aislado, perdido en la ciudad como un pañuelo azul caído en Semana Grande. Armó lámparas, velas aromáticas, espejos y ordenó las sábanas. Por ahora —dijo— tu pisito alquilado va tomando forma, pero hay que hacer más. Luego cogió un vuelo nocturno y salió de la ciudad. Todos los amores de un hombre son mentira, si no tiene además una amante de verdad por la que se juega la vida todos los días.
      ¿Cuántas cortinas han de caer, cuántas velas larguísimas apagarse, cuántos espejos y sábanas rajadas son necesarias para que vuelva?

Elías Deià

 

          El poeta, si algo tiene claro, es su disponibilidad: no entregarse del todo a nada, levantarse a la hora del ángelus, desayunar tabaco y bajar a la calle a la hora que abren los teatros o los billares.  
             Llega un momento que uno no tiene más vida que la que escribe a vuelapluma o de carambola. El resto: el ático de la ciudad vieja, tan húmedo y profundo, la camisa de cuello italiano, los zapatos de piqué o el chaleco verde, tan caro y tan mal tratado, no vale la mitad de un poemario o la mitad del tercer desahucio.