Elías dejó de escribir poesía, pero sigue
soñándola. Ahora utiliza la memoria como novela que no se pone por
escrito, aunque en ciertas ocasiones proclame: ¡Si yo la escribiera!
De
martes a viernes Elías es comerciante de tinta para impresoras, los fines de semana acomodador en una sala de jazz y por las noches traductor de inglés/griego. A partir del veinte o veintitrés de abril, ejercerá de productor por Ibiza. Todas las vidas o medias vidas o estas precisas vidas se
parecen tanto a él, como tanto le gustan.
Elías va reflejándose por los charcos, son refractarios, él me los cuenta y yo los escribo. La autoficción requiere de mucha charca, hay que llevar bien hundidos los zapatos en el barro. Al poeta no le basta con fingir, además hay que mojarse o desgastarse o desteñirse, pero mojándose bien, hasta la orejas, porque de oreja está hecho este oficio, el oficio de poeta.
Las ligas secretas de los Sanskry, esos ciudadanos que
comparten los mismos principios culturales, que son parte de una secta y que se
reúnen para potenciar y trasladar a la ciudad ridículas ideas, han atrapado a
Elías. Han empezado con un pequeño experimento: Ibiza. Tienen el objetivo fijado
en abril o mayo o junio, cuando termine el mes de la ciudad sin mar y se refugien en la Dalt Vila de Ibiza a contar charcos.
La
vida es uno –que es siempre otro– y su maleta, e incluso sin maleta, y a la literatura le pasa eso, se le nota mucho el
envoltorio, la maleta sin presente, sin pasado ni futuro. Si lo que la
literatura presenta no tiene profundidad de charca nutritiva nunca salta de la hoja en blanco.
Escribir
es hacerse pasar por otro. “Conócete a ti mismo” es un falso lema, para
encerrarte en un egoísta héroe. “conócenos” es una traducción menos traidora de las
piedras griegas. Elías está harto de hablar de sí mismo, lo que quiere es
contar la vida de su primo gemelo y contarla bien. El personaje de mí mismo tiene los días
contados.
La
frase que sigue es falsa. La siguiente es verdadera. Esto es todo por ahora.