Ciertas noches son vapor, música o perfume, esas noches no nacieron para ser pensadas o escritas, y son lunas o noches de arcilla sobre la arquitectura de los tejados, cuando la ciudad emite melodías de
jazz por las ventanas, por las luces o por los jardines, que han elevado sus flores desde las calles, en esta hora recién regada, donde Madrid es un Alcázar sobre un bosque
violeta.
Sólo el amor cambia por completo el paisaje, es una de sus diminutas facultades, desvelar otros escenarios de súbito, en decúbito supino y por ciertas terrazas o áticos.
Sólo el amor cambia por completo el paisaje, es una de sus diminutas facultades, desvelar otros escenarios de súbito, en decúbito supino y por ciertas terrazas o áticos.
Los amantes se marean con estas visiones o con esta sensación y se tumban de espaldas, ambos cogidos de la mano y con las piernas entrelazadas, mirando las estrellas, que son como luces de ciudad o melodías de jazz y huelen a boj, sauce y álamo verde. Hasta los novios japoneses que se casan sumergidos en piscinas vestiditos a lo occidental lo respiran y lo sienten, hay un paisaje de estrellas, jazz y arcilla que se filtra en las piscinas como el cloro –le decía a Almudena y los dos reíamos y nos mareábamos, si cabe, un poco más.