Jordi Lahispaniola


Asistente de artistas... ahorita mismo descansando


Ociosos bilbaínos


               










              Pocas chicas iban a casa de Gorka. Sólo la Maider —especie de asistenta de bohemios— que tenía la manía de lavarlo, afeitarle y cortarle el pelo, a cambio de sus poemas alquímicos, como aquel que decía: romped los libros y los violines no sea que vayan a romper o quebrar vuestra alma.
                Por las tardes bajaba a la calle con su perro y tocaba la flauta en la plaza de Unamuno sin acertar del todo con la melodía, tomaba palabras sueltas en un cuaderno y se liaba un canuto. Lo que más le apetecía era escribir una poema o una canción y escribirla así, a ojo de buen cubero, jugando a la chapuza con la poesía, la música o con la vida. El domingo se resumía en salir a por hachís, pasear toda la ría hasta Bilbao La Vieja y fumarse un canuto por el muelle de Martzana, frente al antiguo mercado.
  
              En una noche sin hora, volviendo a casa con su amiga Maider por el Cantón Echevarría, vio a un anciano vestido de casero riéndose mientras secaba la sangre del gato que acababa de asesinar con sus manos.
                — La risa que se ríe de la desdicha, la risa macabra en homenaje a la muerte, la risa superior de los dientes afuera del juez o del sicario, la risa amarga que ríe de la risa, la risa ciega, la descojonada risotada negra y sucia del Olentzero.
                — Hay que ver si el gato era negro o si el viejo era carbonero.
                — Que más da. Lo importante es la escena, más allá de si todo es cierto o no. Lo importante en literatura es la metáfora, no la realidad.
                — Lo que tu digas Gorka, pero apuesto que sobre el viejo y el gato al final nada escribes.