Jordi Lahispaniola


Asistente de artistas... ahorita mismo descansando


Veranos de la Villa

            Madrid. No hay manera de insertarse en la ciudad siendo sólo poeta, además hay que ser alguna otra cosa. Lo ideal es que esa otra cosa de para vivir. Porque ser poeta no da para mucho. La imagen romántica: un ser trascendido con profesión de fe, que transmite un mensaje sublime, ha cambiado. Hoy hay que hacer cola en la parada del autobús, en la panadería o en el banco, y todo aquello queda desproporcionado.


            Antes la sintonía Zapatero hacía bailar a Elisa y la onda Carmen Chacón   —neoministra de Vivienda— le daba ganas de soltar discursos a la hora del Telediario. Pero las cosas estaban cambiando:

            — ... porque era de las nuestras, moderna, de barrio y con estilo propio y creo que vivió en London, pero ahora va de enterada y siempre de traje-chaqueta y lino, muy barcelonina, a lo catalana rancia… mi jefe tapeó con ella por El Raval, y dice que es muy mal hablada y se puso tibia a berberechos y gambas.
            —    Si, a mi también me gustaba su melena y esos ojos enormes de enorme sinceridad, ¿sabes si antes llevaba gafitas?
            A mi no me gustaba llevarle la contraria a Elisa en cuestión de estilo, ella siempre ganaba, y menos cuando hablaba de su jefe, Consejero de la Esperanza, de la nuevaespaña y divorciado.



            Los del comité me presentaron al profesor químico, escribía libros de texto para Santillana, un antiguo militante del Pecé, me llevó a su casa, no me atreví a quitar un montón de libros deslomados de una silla ni unos papeles amarillos con lo que parecían poesías o fórmulas químicas de encima del cenicero, nos sentamos en un sofá sin patas estilo morocco pero sin té, sin kif y con ginebra. Nos cogimos una buena curda.
             — La verdad es que Feynman era ya un psiconauta, empleando el término acuñado por Ernest Jünger, que no se conformaba con fumar cáñamo y tomar LSD, sino que pasaba largas horas en tanques de privación sensorial, produciéndose intensas alucinaciones. ¡Oye!, tienes que leer a Andres Trapiello.


            Elisa decía que yo era un muermazo, un desfasao, con mis vaqueros Lee Cooper, mis camisas de manga corta y mis sandalias de goma. Así que ella se fue a bailar con sus amigas a los Veranos de la Villa del Conde Duque al aullido de Paulina Rubio, y yo bajé al Matadero de Legazpi para ver la opera/cabaret Ascen$o y caída de la ciudad de Mahagonny con el profesor químico.

            —    ¡No veas que nivel!, estaba Boris, Colate, la chica esa del Plus que no es muy guapa, tiene las piernas muy largas, pero sabe de cine, y me presentaron a Pipi Estrada, que yo no sé que le ven, aunque es muy simpático y huele bien. ¿Y tu que tal con Olegario?
            En cuestión de estilos yo no le llevaba la contraria y no quise comentar lo del leitmotiv de Alabama Song (Whiskey Bar), ni la escena donde están en pelotas las coristas que hacen de fulanas, ni lo de las chicas bien tatuadas del servicio de bar.
      —    No hubo mucha gente, creo que no han sabido publicitarlo... vamos un muermazo.
            — ¡Ya ves, te lo dije!


            Olegario me quería dar unos libros que me iban a hacer bien:
            —    La derecha tiene un sentido patrimonial de España y la dureza de los niños bien, que siempre han mandado, como Aznar que siempre estaba enfadado, pero a Rajoy ese estilo no le queda también, porque su mentón más que enfadado parece la barbilla de un curilla que aburre a los feligreses, y se le ve la boca negra y pronuncia las efes y las ces muy iguales. ¿Has leído ya a Trapiello?


            En la oficina lo de siempre: Eduardo, que se sabía los tres puntos básicos para situarse en la pista de pádel, fotografiaba hipopótamos pro-turísticos en Mozambique y tenía un Curso Superior de Ignorancia, pensaba que yo era julai por tener xerografías de Mucha colgadas en la pared junto a mi mesa; Ramón, que un sábado arriesgó comprando El País en vez de el ABC, que portaba la estampita de Balaguer y que no entendía porque la Carretera 501, la carretera de los Pantanos no era ya una Autovía, pensaba que yo era separatista por hablar catalán por teléfono; y Rodrigo, que tenía el pelo amarillento, con cara de rico siendo tan pobre, y ademanes muy finos, los que ponía para abrir la puerta al director o llevarle un zumo de naranja, e iba vestido como un procurador de películas de Howard Hawks, con chaqueta cruzada, dobles puños y zapatos de piqué, me decía: —No veas que chavalas hay en la Concepción tomando el sol con su biquini mínimo, su divorcio aún fresquito y sus tres cuartos de soledad. A mi lo de “chavalas” me sonaba un poco antiguo, lo de la piscina de la Concepción a zoo de Harlem y lo del divorcio como cada día más cercano.

 
            El maravilloso mundo de los snobs tiene cierto tufillo amargo, se les ve los dientes montados, las noches de insomnio y el orzuelo. Me encontré a Héctor, el jefe de Elisa, comiendo en casa. Elisa no se sorprendió de verme llegar, Héctor estaba como más tonto de lo habitual y se le notaba la erección en el pantalón.
             —… España no es sino una media columna en la tercera página del Financial Times, y la economía de este gobierno sigue siendo la heredada de Aznar.
            — Hombre, en medioambiente hemos mejorado, este año llovió más. Y no como el año que hicieron a la Isabel Tocino ministra de la ecología y se paseaba con su tola de visón y la buena señora se gloriaba de ello en las noches de Jesús Hermida, que yo no la hubiera dejado pasar a mi casa, que era capaz de hacerse un gorro de mi gata.
          — Ya, ya, ya... Dice Elì que en la oficina estás desincentivado. Vente a trabajar a la Consejería, ya verás que pronto coges la marcha, como la Paulina Rubio, esa, que no veas como se mueve la chiquita.
            Lo de Elì era lo que más me disgustaba. Elisa no me dejaba llamarla Eli ni cuando éramos novios, decía que sonaba a pueblo, y ahora se sonreía con el acento francés que el divorciado derechón de Héctor le daba.


            Yo iba camino de ser un hombre solitario, un poco mosca con la política, un poco mosca con la Elisa y siempre solo, hablando en voz alta con la tele y con la gata, pues con la Elisa no había manera, que para ella todo iba a tope abriendo estaciones de Metro u Hospitales. Todo deabuti y sin parar. Así que esa misma tarde me fui a casa de Olegario a escuchar historias de izquierdas:
             — Un día fuimos los del comité a una movida de Tierno Galván, nuevo alcalde de Madrid, era en la Plaza del Dos de Mayo y allí estaban los progres como sardinas, los punkys y los heavys, unos porros como trompetas y un olor a maría que tiraba pá tras, cuando llegó el profe, o sea, el viejo profesor, tuvo una ovación como los Rolling y le enfocó la tele y llevaba su chaqueta cruzada:
          —¿Estáis todos colocados, hijos míos?, ¿bien colocados?, pués hale, a colocarse todos a gusto —. 
              —¡Vaya movidón, vaya tela!
             Nos cogimos un buen ciego, llegué bastante tarde a casa. A Elisa no le había salido el número que me tenía preparado, y que no se si era un número de bronca, de llanto, de hostias  o  de  todo  junto.  Fornifollamos  bastante  intenso.  Después  huí  de la  cama  a leer.  Los latinistas lo llaman tristeza post coitum. Pero las poesía de Andrés Trapiello “Ripios para un amigo y tres viejos maestros” “...ha llovido en un Madrid dormido y estival. En cada gota del cristal se refleja la lámpara y me reflejo yo, y un rincón de este cuarto y del buró que fue de Valentín...” y ese Valentín, spleen, rosa, reflejo y fosa, Verlaine y Pimentel, fueron dejándome dormido en el sofá.


            En la oficina Rodrigo era un defensor, a su manera, de Manuel Fraga, ese eterno John Wayne de nuestra política:
       — Don Manuel sabía que los sistemas daban igual, lo importante era el reglamento por encima de las leyes, por encima de las personas. Por eso le daba igual Franco que la Democracia, lo importante era que la derecha mandara con él o sin él o con Aznar.
             — Ya. A mi hoy la política me da un poco igual. Creo que la Elisa me la pega con su jefe.
             — ¿Has ido a la piscina de la Concepción? Es mejor que el picadero borbónico, ese del Pardo.


            El sábado, cuando me desperté, Elisa se había largado. Dejó una frase en la nevera: “Me voy con Héctor, nos queremos.”. Elì tan sociata de postín y Héctor, cachorro del pepé, que el día que comió en casa nos dijo que aún guardaba la ilusión de conseguir la nulidad católica matrimonial y casarse de verdad en los Jerónimos. Joder que peso me he quitado de encima. Me fui a la piscina:
 
            Almudena, tan guapa, guapaza, guapa española de serial televisivo, con su pelo liso morenazo hasta la cintura, la raya aun lado y una flor de verbena en la mirada, y su risa que se le salía de boca y sus dientes tan colocaditos y tan blancos, y su divorcio tan fresquito y tan superado, y su niña Carmencita en Madelmádena con los yayos, y ella tan dispuesta a servirme un gazpacho.
             —... con estos calores a última hora de agosto vuelve uno de la piscina como colocado... yo tengo en el frigo un gazpachito que es mano de santa, y cuando llego sofocada me ducho, voy desnuda por toda la casa y voy pegando sorbitos hasta bien entrada la madrugada. ¿Quieres probarlo?

            Llegué a casa por la mañana aún en traje de baño, me hice un café, un purito y me puse a escribir algo de la Villa del último verano.