Me levanté temprano, como
un buen funcionario, a la hora que abren el Metro y las cafeterías. Las porras
y el café con leche en Chamberí están igual que en todas partes. Ya no hay
diferencia de clases –en cuanto a las
porras o café con leche– entre los
barrios de Madrid.
Tenía cita, o medio cita
sin confirmar, en la Concejalía de Cultura y Espectáculos. Mis
trámites llevaban tiempo interpretados al modo larghissimo, extremadamente lento, y no me iban bien o no me
iban, e insistí en hablar con el Concejal.
El despacho del Señor Concejal de Cultura y Espectáculos dormía la siesta del Fauno con música de Debussy, interpretada por la Banda Municipal de Conserjes, Administrativas y un Director Adjunto a la batuta.
Imposible reunirse con el
Señor Concejal –en lento moderato, decía
el adjunto– Anoche prolongó su jornada pública hasta muy tarde imponiendo cruces,
medallas, oros, bandas y lazos a los premiados por su promoción artística y
cultural de Madrid en el Teatro Joy Eslava: condecoró a Mario Vaquerizo, Terelu
Campos, Bertín Osborne y otras tantas celebridades. Estuvo hartamente ocupado,
hoy por la mañana no recibe visitas.
Yo también había llevado
mi jornada poética muy prolongada. Escribir no salva, como creían Pepe Hierro o
Ángel Valente, y como desearíamos todos, pero sí que alivia. Disuelta en poesía,
mi vida personal es anónima –pertenece a otro hombre– y, en alguna medida, también se hace pública.
Escribí hasta bien entrada
la madrugada, cuando me encendí el último cigarrillo y el televisor frente a un
vaso de ron con leche, para descansar tanta letra no impresa, a lápiz y con
vista cansada.
Alejo
Vidal-Quadras –que tiene guion en sus
apellidos, como suizos o franceses– decía en su debate televisivo que “España
las puede pasar moradas”. No sé si se refería a “pasarlas republicanas” o “pasarlas
putas” o daba lo mismo.
En otro canal, el
astrólogo Sandro Rey, entre anuncios de contacto tele-porno y grandes cuchillos
definitivos, afirmaba: “Buen año para España”.
A mí la grasilla de las
porras me subía por la garganta, la falta de sueño me enfurecía y aquel adjunto
no me caía simpático. Debería haber tragado saliva, como tragan los detectives
en las novelas policíacas, pero, tal vez, porque me cansa el género o me
repiten las porras o tenía falta de pijama y sueño, no me contuve y exploté:
–Le va a decir al
Ilustrisísimo Señor Concejal que lo normal es tratar los temas políticos, los
asuntos de los ciudadanos y las calles de Madrid, en los despachos del
Ayuntamiento, pero sin que molesten mucho los ciudadanos, como yo, que siempre
venimos a pedir una resolución, un aumento o un servicio, que no viene mucho a
cuento y llevamos polvo en los zapatos y mugre color adoquín o color andén, y
dejamos toda nuestra mugre en la moqueta del despacho del Señor Concejal y
luego tiene que pedir al Adjunto de turno que le limpie los zapatos, que para colgar de los hombros bandas distintivas de Madrid a Mario Vaquerizo o Pipi
Estrada hay que llevar los zapatos muy limpios y pisar poco la calle y no bajar
nunca al Metro, y tener en nómina a un músico de banda churra y grave, que se
atasca en el tempo andante moderato, como usted.