Tengo enterradas cartas de amor debajo de la cama, en el trastero encontré cientos de miles, el maestro albañil me dice que no sirven para levantar un muro, estoy convencido al 100% que han ido acumulándose donde pululan ángeles y silenos.
A veces las escribo en tres o cuatro metros de papel higiénico, cartas de un amor tan volátil –sin ironía– que se evapora delante de mis narices, cartas de amor escritas sobre el ala de una mosca. Guardo fósforos en cajas de zapatos, por si mañana me atrevo y las quemo todas, aunque sé que la mayoría con mantequilla o nata harían un buen puré.
Utilizo un lápiz con forma de corbata y me pongo los calcetines de las Musas o las escondo entre mi biblioteca pornográfica, hace tiempo que algunas me las desayuno: las mojo en café amargo, dejo escurrir la tinta y me las fumo. Mas de una fue escrita desde una ventana oscura, sólo de recordarlas se me ponen los pelos de punta.
Ayer cambié las cortinas y cayeron cuatro o cinco, llevaban la historia de un amor bien estudiado frente al portátil, la bañera está llena de cartas empapadas, cartas bien lloradas, por los pasillos hay cartas vertidas con gotitas de sangre, algunas llevan como destinatario yo mismo.