Melki empezó haciendo fotos con su Kodak 35. Al principio fotografiaba a su novia, que tenía catorce abriles y estudiaba cerámica en la escuela de artes y oficios. Luego se centró en otros monumentos: la Carmen de la Lonja, Katy la pelirroja de los muelles, y una señora viuda, nieta de un Virrey venezolano, que tenía una casa indiana en la Avenida de la Habana mirando Riazor. Con veinte años tenía fotos para empapelar dos buques. No le dejaron exponer ni una sola en toda A Coruña.
A Santo Domingo no se fue a cambiar de vida sino a cambiar de modelos: mujeres dominicanas adolescentes morenas folladas contra el malecón por marines americanos; una haitiana voodunsí, belicosa y venenosa, que levantaba en orgía a cuarenta mandingas; o las guajiras del Batey Caramelo, que destilaban un ron dulce que se esparcían por el cuerpo.
Años después regresó a tierras gallegas. Venía con una colección de retratos de primeros Jefes Latinoamericanos que fotografió en Punta Cana. Habían posado: Fraga, Fidel, Hugo Chávez y hasta el rey Juan Carlos.
— Siempre fui mirado como se mira a un comunista o algo así. Nadie quiso jamás darme empleo o publicar una sola de mis imágenes. Ahora, ya ves, hacen cola para ver la exposición.
— ¿A lo mejor si hubieras empezado fotografiando reyes en vez de fulanas?
— ¿Y terminar como ellos, en su A Coruña mínima con olor a brasero, preguntándome: tendré trabajo, debo seguir soltero, subirá la gasolina?