Jordi Lahispaniola


Asistente de artistas... ahorita mismo descansando


Poetas mancos

                   Hay poetas para quienes la poesía es una fuente griega y una espada hidalga, un instrumento para renacer o vivir el sueño, para salvar el honor o viajar al Parnaso, para escribir de memoria o perder la mano.
                La poesía tunante y embaucadora de dos estudiantes toledanos era distinta. Estos vagabundos del siglo dieciséis, falsos soldados de guerra, engañaban de pueblo en pueblo cantando la ridícula historia de sus campañas militares al lado de un poeta manco, de barba rubia y ojos claros, un poeta soldado que perdió la mano y el nombre, que viajó para limpiarse el honor hasta las aguas de Castalia y fue cautivo en los baños de Argel. Para estos estudiantes, la poesía era un cantar de monedas de plata y cobre atrapadas con pandereta.
  
              Comenzaban su historia con una disputa por las calles de Madrid. Un joven ayudante de cirujano se defendía de un sastre que le acusaba de haberle robado dinero. Todo sucedía de noche por la calle del Arenal, entre un tumulto de prostitutas, enanos y mendigos. El joven, acusado de herir en duelo al sastre, se daba a la fuga y se le detenía en una taberna de Sevilla, siendo condenado en rebeldía a perder la mano y a ser desterrado por diez años del reino. Si le cortaron la mano izquierda o derecha, por delito de robo o  de sangre, los estudiantes no aclaraban.
                El joven empezaba así su viaje a las fuentes: llega a Valencia o Barcelona y ve por primera vez el mar, compone sus primeros romances en plazas de Montpellier, Niza o Génova e ingresa, como camarero del monseñor Acquaviva, en Florencia. Ambos tienen veintidós años, aman la poesía de Ariosto, Boccaccio o Garcilaso, y juntos se trasladan a Roma. Pero el joven poeta, quizá cansado de la vida cardenalicia y la amanerada amistad del monseñor o, aún, inquieto por el sueño del Parnaso, se presta al servicio militar español en Nápoles.
                La poesía es, raras veces, astucia de palabras, oficio y teatro. Los tunantes fingen la lucha de la escuadra española contra el turco, con sus bastones. Por Chipre, Delos o Creta sitúan las primeras batallas. Luego los navíos se adentran por el mar Jónico hasta las islas de Cítera y Corfú. ¿Pudo, entonces, contemplar el poeta esa eterna Ítaca verde y humilde? Quizá no, pero el golfo de Corinto, en aquella famosa batalla de Lepanto, aún espera con su mar guerrero, vinoso y homérico. ¿Divisará, ahora, el poeta las cumbres del monte Parnaso, rezará sobre las piedras de Delfos, se bañará en las aguas de Castalia? Esa batalla fue algo más que una multitud de abordajes o un gigantesco cuerpo a cuerpo, fue un combate entre vida y pesadilla, entre alma y sueño, donde muere o renace la memoria.
                La bandera turca cayó y la española se alzó victoriosa. Nuestro poeta es llevado al hospital siciliano de Messina, donde curarán sus heridas. Tres disparos de arcabuz, dos en el pecho y uno en la mano, ha recibido por parte del turco. Los disparos en el pecho sanarán, sorprendentemente dos meses más tarde y se le asignará derecho a doble paga de cien escudos, pero hubo que cortarle la mano izquierda debido a la gangrena. Todo se apunta en un parte médico militar, que sella el archiduque Don Juan y firma un soldado de élite, inscrito con el nombre de Saavedra. Así renació el manco de Lepanto.
                El destierro aún no ha acabado, vivir es ir naciendo despacio, el poeta tiene veintisiete años, pero tiene claro su adiós a las armas y embarca en un navío que parte de Nápoles destino a Barcelona. Los dos estudiantes le acompañan y sobre la costa norte mallorquina son apresados por corsos berberiscos de Argel. Así, de golpe, todo se vuelve pequeño, lejano e íntimo en aquellas mil y una noches africanas de la media luna.
                Aquí es donde los dos golfos estudiantes son desenmascarados por un alcalde, un auténtico liberado de Argel, que escuchó estas falsedades y decide encerrarlos en la Casa del pueblo. Iban contando que el poeta estuvo en una prisión o casa que los turcos llamaban baño, donde detenían a los cautivos cristianos. Estuvo confinado en el baño del crepúsculo al alba, pero luego fue trasladado al baño del rey y se hizo íntimo del Bajá Azán. Quizá el Bajá y el hombre que un día escribirá el Quijote eran amantes y se amaron al estilo árabe o griego o, también, Azán sabía que aquel hombre era un poeta, porque hacía de los demás cautivos poetas. El recitador farsante, al que estaban acostumbrados en los baños, proponía justo lo contrario: demostrar que en aquel lugar la poesía había muerto, y que la distancia entre Argel y el Parnaso era infranqueable.
                Cervantes abrió muchos horizontes y no todos se sumaron en la historia del ingenioso hidalgo de la Mancha. El hombre es diferente de su cuerpo y el poeta de su poesía. Quizá en aquel calor de los baños de Argel hiciera un trato con el Bajá para ocultar noches y lunas, o puede que allí empezara a escribir La Galatea y el Viaje del Parnaso. La diferencia entre poesía y realidad es que la primera tiene múltiples lecturas.
                Los dos estudiantes aprendieron nuevas aventuras sobre Argel con el alcalde que les permitió seguir engañando por Castilla. Esta ironía final no es tan distinta de alguna expuesta en el Persiles, tal vez, como dejó entrever el propio poeta, hubiera más de un solo manco llamado Miguel de Cervantes que, además, era poeta.