Rubén, el poeta, considerado desde niño un desequilibrado mental —a los seis años escribe, se pregunta, lo que significa existir y lo que la vida puede representar—, ensaya experiencias peligrosas, recurre a las drogas, lo que unido a las propias crisis nerviosas determina que su familia le interne en un centro psiquiátrico entre 1998 y 2006, año que sus amigos consiguen que recupere la libertad.
El estudiante cruza la ría, llega a Santa Cruz de Oleiros y entra en la casa del poeta. Todo el ambiente es sucio. Hay licores de todas clases, humo, pelo de gato, un piano sin patas y grandes pilares de libros. El estudiante, extasiado frente al desorden de las letras, pregunta:
— ¿Hace uno la poesía que ha vivido, visto, admirado, plagiado y asimilado?
— En puridad, no ha querido uno casi nada, sino soltar la cabra y verla correr y ramonear por la selva con su cabeza de divinidad griega y corrompida, pero hermosísima. Así he preferido yo mi poesía: cabra loca.
— ¿Y el sexo, como ha influido en su obra?